viernes, 1 de marzo de 2013

Cosas que dejamos de hacer al ser madres ;-) y padres...





Hola a tod@s!
En la línea del pasado fin de semana...vamos a darle un toque de humor al finde. He descubierto esta mañana un blog con el que me he reído mucho y he leído "nosecuantas" entradas seguidas porque me parecía que relataba un poco la vida de toda madre con muchísimo sentido del humor. Eva Quevedo era publicitaria de profesión y vocación antes de que Lasniñas llegaran a su vida y lo inundaran todo de migas de galletas, manitas pequeñas y besos mojados....así se define. Podréis leer más de ella, de su libro o de sus entradas en su blog  blog-demadre.com. Una de las entradas me ha gustado especialmente, es esta y os pongo algunos puntos extraídos literalmente aunque sólo he puesto los que me han hecho más gracia! Espero que os gusten y os sintáis reflejados!! Buen fin de semana!!

  •  Dejé de depilarme a menudo. No hay tiempo. Ni ganas. Si no fuera por las sesiones de láser que religiosamente pagué, hoy por hoy tendría la epidermis igual de poblada que Chewaka. Lo mismitico.


  • Es imposible ver en casa una peli de dos horas del tirón… (Lo del cine es todo un lujo para el que hay que organizar la agenda de dos o tres familias , el calendario de un ministerio, y poner un anuncio en el BOE, así que descartado desde la raíz hasta las puntas). Este fenómeno puede deberse principalmente a dos causas:
    •   Los miniseres lloran o ronronean o se tiran algo encima e interrumpen la emisión en plan agentes encubiertos de la censura, 
    •   Te quedas sopa en los títulos de crédito, incluyendo hilillo de baba en cascada sobre cojín. Voto por la b), y sumo la b) de bodrios con los que, a veces, nos autotorturamos, por no ser capaces de estirar el brazo y darle al ON del disco duro en vez del mando de la mardita tele…
  • He dejado de hablar por teléfono cuándo, dónde y cómo quiero. Ahora hay que coordinar los horarios de tus hijos con los horarios de los hijos de tus amigas y, al menos yo, tengo prohibidísimo, bajo pena de muerte como poco, que me llamen al fijo, pasadas las diez de la noche. Aparte de que el ring-ring despierte a las fieras corrupias, el problema es que a las diez el cerebelo está tan espongiforme y abatido que la conversación se termina reduciendo a un tipo test, en el que tu amiga pregunta y tú contestas con monosílabos que asienten o niegan lo que oyes. Si te callas un rato largo ella sospechará que no tienes opinión o que te has quedado frita cual narcoléptica anónima. Pero es tu amiga y te quiere, hombre.



  • Desde hace tres años no me he echado vaselina en los labios con calma y tranquilidad. Tengo que hacerlo a escondidas, bajo el abrigo, darme la vuelta, esconderme tras las macetas; si me ven, meterán el dedo en el bote y harán hoyos tan profundos como cráteres. Luego tendré que recomponer el firme como Pretty Woman tras el partido de polo. Pues sí, lo de comerse la vaselina, el cacao, las barras de labios, el rimmel… es de juzgado de guardia, espero que al menos sean nutritivos y sustitutivos de alguna comida principal, como las barritas de cereales y esos inventos.
  • Ya no pretendo tener orden en casa. Es virtualmente imposible controlar los juguetes de mi hija, y he terminado deduciendo que, no sólo tienen vida y conciencia propia, sino que además tienen un malvado propósito oculto en sus diminutos cerebros de plástico que es extenderse por mis suelos, invadiendo cada metro cuadrado, y que como escaladores en la carrera de los ochomiles, van plantando su banderita y proclamándose dueños y señores del territorio inexplorado del baño, el pasillo o el patio. Ojo, esto entra dentro de lo paranormal. Creo que Supernani debería establecer una joint venture con Iker Jiménez para tratar de explicar por qué las barbies tienen esa querencia a meterse bajo tu cama o por qué siempre hay algo con ruedas en el suelo que te hace tropezar y cagartentó cuando vas con prisas.
  • No he vuelto a tener intimidad ninguna, ni una pizca, mínima, pequeña y chirriquitica; ni muchísimo menos he vuelto a pretender cerrar el pestillo del cuarto de baño cuando me ducho o hago pop-ó. Las patadas, puñetazos y gritos al otro lado de la puerta me asustan mucho. Sé de un bebé que llegó a arrancar la puerta de las bisagras con sus manitas y se coló dentro, ante la atónita mirada de una señora, que ni siquiera era su madre.
  • He dejado de comprar lencería de la buena porque ya no la luzco!!! He tenido que obligar a los reyes magos a regalarme estas navidades un kit de supervivencia consistente en unas cuantos conjuntos dignos y presentables, que no sabe una cuando va a tener que ir al médico, todos igualitos, de algodón y sin encajes ni transparencias, ni leches de esas sexys, y por favor cero costuras y cero mondadientes, que no tiene una el cuerpo para estrecheces…

A esto añado lo leído en el blog de mamás y papás  en el que Cecilia Jan habla de un tema similar y que habla de los interruptores...esto sí que lo suscribo totalmenteeeeeeeeeee: "No llamo el ascensor. ¿Suena absurdo? Pues tampoco le doy al interruptor de la luz del garaje. Cuando están los niños delante, ya se pelean bastante entre ellos por pulsar cualquier interruptor pulsable como para que entre yo a competir. De hecho, tenemos ya tal pánico que cuando estamos Eduardo y yo solos y hay que pulsar, nos miramos con aprensión, no vaya a ser que el otro se cabree porque alguien le dé antes al botón"

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